22 de junio de 2007

No se piensa en nada cuando se escribe. Una hormiguita recorre mi teclado y se mete por entre las teclas, después sube a mi brazo. La aplasto entre los dedos. Por no pensar me refiero a no planificar la escritura demasiado. Y no es que quiera que esto sea un, como se dice a veces, vómito, sino que dejo correr las palabras, tranquilamente, quizá pasivamente.
El sol ilumina agradablemente el parque. Se oye a las loras protestar y, en la palmera, las palomas aguardarían. Sembrado de cacas, el piso alrededor, como un abono lento de la tierra que sólo favorece ese sector; porque no se lo recoge, porque espera y espera, y las raíces de la palmera crecen.
Una cama tendida, sin colchas ni sábanas. Lo que está tendido es el cubrecolchas, estampado de flores, y la almohada cerca mío. Cada casa se ordena y organiza un poco al azar, pero guardando la inercia de sus costumbres. Así, esto, que fue pieza de mi hermano y mía, ha pasado a ser la biblioteca, pero yo no sé cuándo, y no de repente. Aparte, es la pieza de la computadora, y algunos cuadritos horribles decoran las paredes.
Siguen las loras gritando, las muy jetonas. Aunque su pico es chico, ellas son así, y no sé a qué le gritarán. Excitadas de tan verdes, son lo único que no está en calma ahora; pero se las siente un poquito lejos. Ahora callan.

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