21 de junio de 2007

Ella guarda silencio. Quizás haga otras cosas. Hojear desganadamente un libro. Irse con la música que eligió escuchar. Jugar a un Buscaminas que no sé si todavía existe, intentando batir el récord de los 10 segundos.
Esteban andaba por los 13 ó 14. Primero hacía tres o cuatro clics azarosos y, si estallaba una bomba, comenzaba de nuevo; lo mismo si no se aclaraba el panorama. Ignoro cómo firmaba sus récords. Pero podía estar horas enteras a la espera de una llamada telefónica.
Cuando Mariana llamaba y atendía mi hermana, ésta se burlaba de ese tono gangoso y snob de la gente del Cerro. Yo atendía la llamada, y quedábamos en vernos en el cafecito de siempre -el de las 4 ó 5 veces que nos vimos-, y nada pasó.
Desde un bar cualquiera, estamos los tres hombres, aburriéndonos con lo que leemos y con que las mujeres estén del lado de afuera, ése en que no se les puede dirigir la palabra, porque es regla en esta ciudad.
Ella hojea un libro, o quizá mire por la ventana, si es que hay una -o dos- en su pieza, si es que está en su pieza, si es que es ella, mujer, y no un hombre, por ejemplo; pero no podría serlo.

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