14 de febrero de 2008

Es un idiota. No quiero decir cretino. A su mujer una psicóloga "le explicó" que él debía tener la mentalidad de un niño de 5 años. Pese a todo, trabaja, tiene una hija ya madre (quizá venga el segundo), mira infatigablemente el cable, canales "de motores".

Hemos jugado algunas veces al ajedrez. Logra concentrarse y armar, pero pronto dona la dama o pide el mate. Exhibe orgulloso sus colecciones de compacts de rock compradas paciente, prolijamente en los quioscos, y se va al trabajo dos horas antes de que le sea la hora. Ignoramos qué hace, pero lo llamamos Don Abram.

Cómo le grita la mujer. Por ejemplo: ella cocina, y le dice: "poné la mesa". Él lleva algo a la mesa y cuando vuelve pregunta: "¿qué falta?" El estallido de su mujer se da in crescendo: "¿cómo querés que lo sepa? Yo estoy acá, ¿no ves? ¡Siempre la misma historia! ¡No puede pasar una noche sin que me vengas con tus pavadas", etcétera. El reto dura por lo menos cinco minutos.

Es bueno y torpe. Le enseñó a la hija a andar en patines; la nena, en su momento, obtuvo un segundo puesto en algo. Él se va al trabajo en bicicleta y patina los domingos. No tiene voz ni voto en esa casa.

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