26 de febrero de 2008

Tomo unos mates. Ricos, gustosos, ya comenzándose a suavizar. Por fin me instalan internet en las casas y, cosa inaudita de hace rato ya, mateo y fumo con total impunidad. Aparte, escucho mi querido concierto para corno de Mozart (el primero), con los auriculares, en el living y mirando al comedor, y estoy solo. Puedo querer algo más, claro: no nos engañemos con las retóricas automáticas; pero mal no la estoy pasando, y pintan buenas perspectivas.

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Justo una prima encontró algo así como la Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras, en una verja, abandonada (la Biblia). La llevó.

Estamos hablando de Testigos de Jehová. Ella, por su parte, es evangelista, y donde estoy, católicos, mientras que a mí me sale practicar un ateísmo encendido cuando calculo que la discusión puede ponerse divertida y no violenta. Por lo general, soy lector y melómano.

Bueno, según El Canon Occidental, la Biblia está buena. Le tengo fe a Harold Bloom: me gusta su manera molesta de argumentar. Y es divertidísimo tirarles a los cristianos la idea de que, sí, la Biblia está buena, pero como ficción, o como impostura (tal cual, dice, los escritos de Joseph Smith).

Así que anoche terminé el "Génesis" y me quedan como 1500 pp. más (peor que ese deber, el de En busca...).

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Recuerdo unas vacaciones en que viajábamos en el Torino, y yo iba leyendo la Biblia, exactamente la parte que leí ahora.

Y la razonaba. Y me la preguntaba, y me la explicaba. Y veía lo que ahora digo: "narrado", como posible (no como real: como posible). Como razonable. Una sensación muy grata: tener un libro cierto. Hoy disfruto del mismo modo -pero no es lo mismo- los libros de divulgación científica. Pero lo que mejor es leer es la literatura, claro: hace referencias a cosas del mundo sin presiones y sin cola de paja. Bah, depende.

Lo que sí, la literatura es escritura de autor, la gran mayoría de las veces. Está marcada por lo personal, por lo vivido y por lo leído. Y ninguna otra cosa del mundo depende de ella.

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Pasa la cadencia del tercer movimiento. Cierta culminación, la del clasicismo. La Biblia es demasiado literatura "en comenzando"; y no lo digo porque trate de supuestos orígenes, sino por su seca, mala, árida, reiterativa prosa. Es al pedo: sólo el refinamiento aporta gracia a la cosa.

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