15 de octubre de 2009

Platita y sus demás

Cansado, no vacío, sí de palabras en la mente, no claridad febril sino como en piloto del hedón (que no del hedor), tomo mi cerveza de todas las nochecitas, noche ya, más de las once. Fumo mi merecido tabaco, y el humo se desprende dolidamente (volutas en evolución, en extinción), ya me saqué los zapatos y ahora estoy en medias -se rompieron las ojotas, ¡buaaa!-, siento en los pies el frío del piso, del aire, de la leve tensión de mis piernas, que no alcanzan a adquirir el grado absoluto de la     relajación. Felisa se afila las garritas en la biblioteca vieja, luego parte. La vecina pone reggaeton (excelente, repetiré por algunos años todavía, para bailar), la luz cansina de esta habitación me muestra mi rapada sobre el teclado, sombra que miro con párpados a media asta, dejar pasar el tiempo. Aspiro, exhalo tabaco, y me dirijo a un nuevo párrafo.

Marchaban los del PO reclamando contra el cospelazo, que, de $1,50, vaya a saber a cuánto subirá. Porque una cosa es cierta: es necesario, elemental, que aumente. La práctica habitual, las presiones habituales, los tironeos y aflojes típicos de algo que se reitera regularmente en Córdoba. Y ahí va la batucada, con sus redoblantes marcando el paso y el avance, los guasos de los morteros, con un pañuelo a lo forajidos de la protesta, las pancartas, los cartelones de tela y letra -rojo y negro, lo exige la etiqueta-, avance que es serenamente vigilado por la cana, protesta que ha tomado por la 27 de Abril, en el sentido de los autos, claro está, y que me dejó sin colectivo, por un rato, para el psicólogo. Los pelos largos, la ropa, la que te ofrecía el periódico institucional, cuadro querido, cuadro despreciado por los automovilistas, no sé si habrá habido roña. Pero, que aumenta, aumenta.

Así, me pongo a esperar el E5 para Urca, chetura de mi analista (de lo que le voy sabiendo, y a efectos de un pronto entendimiento prontuarial: Jacques Lacan, Oscar Masotta, Germán García), que logra mantenerse con $30,00 por sesión. En lo que a mí respecta, claro. Ya había pasado la manifestación, ya circulaban algunos coches, y la espera. Y nada: a taxicear, goloso el taxista con esos $15,00, rápido va. Pasamos al lado de un comerciante que tiene apretándole a un pendejo la garganta con una mano, bien fuerte, y apurándolo, y miramos, y salta el vago: "pero torcele el cogote", sin signos de admiración siquiera, formulando la aplicación de la ley más vox populi de los taxistas. Callo.

Y después estoy de nuevo en el centro, de remera y hace frío, y voy a visitarla a la Ari. De ella sólo observaré que odia a su heladera porque le afecta la tele-expectación.

Juegan al fútbol, afuera. Chicos. Tomo mi cerveza y fumo. Porque esto que practico ahora es no ponerme en sináptico, cosa que de hoy en más haré a sabiendas. Crezca mi panza más aún, cultive mi alcoholismo, mi tabaquismo, y a no morir.

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