5 de octubre de 2009

Conc.

Piedra Limada, camisa de lujo, está apostado frente a su casa, apoyado en la reja, y la brisa le hace llevadera la espera, o así se lo ve, al menos. Me le acerco, desastroso y con una birra en la mano. Le sonrío abiertamente. Nos saludamos. Me dice que se va, que lo han invitado. Nunca revelará a dónde, en ese momento, digo, pero mañana me contará todo lo que haya que contar. Me voy a la verdulería: cerrado. No charlaré con la gordita simpaticona. Vuelvo, saludo al viejo, me vengo pa' las casas.

Y pongo Schönberg. Un concierto para piano, primero, y luego uno para violín. Y me digo: "crispado". Los acordes, su expresionismo. Acordes crispados por los intervalos que usa.

Anoche lo puse para dormir. Antes había estado escuchando un concierto triple de Beethoven. (Recalcarás que ando con los conciertos.) Librito de mi viejo, que no le pude chorear. La onda es echarse, y poner discos hasta olvidarse, dormirse. Y Schönberg: una cierta exasperación, continua, variada, expandida. Exasperación expandida hasta la exasperación, me digo, tontamente. Y, sin embargo, la cosa no durará más de 20 minutos.

Toso. Veo pasar un mosquito. Anoche releía la poesía completa de Horacio Castillo y aplastaba a pequeños cretinos, recién "nacidos" del agua, contra las páginas del libro. Terminé reventado por el esfuerzo: vaya a saber cuánto tiempo de lectura en voz alta, poniéndome las pilas. No desolación, sino fatiga, dolida, del cuerpo: cuello, espalda. Apenas si me dormí a las siete, y entredormí hasta las once. Pensé que quizá se me estuviera viniendo la mamúa de la euforia encima (adentro), pero no. Simplemente mal descansado.

Porque el enfermo que bien se teme no sabe cuándo es de verdad y cuándo falsa alarma. Tomo mi cerveza. Adagio. Leer Sollers hasta decir basta (el muy culiado [sic, por favor] se mandó más de 600 pp., en su Femmes), alternar con uno de los de Bayer que trae el Página, toquecitos de poesía, y los blogs, que es como un trabajo.

Por lo menos, no adolezco.

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