Fumo. Ocioso, me doy a modificar la apariencia de este blog. Y ahí pongo a Pampita, de cabecera, sustituyendo el viejo "Anotaciones-...". La veo ondular serenamente, no seria ni sabia, pero sabedora de lo que busca exponiéndose así, posando, ante la cámara discreta. La puerta del patiecito cruje un poco por la brisa: poco aceite tendrá, sometida, como lo está, por la lluvia, por las ordinarias inclemencias de siempre.
Fumo. Romina no llega todavía. Me prometió estar aquí a eso de las siete, para acomodar un poco el quilombo, para que le pague, diez pesos la hora. Es hermana de Juancito, que supo trabajar con Piedra Limada en la carpintería, y, petisa, tiene una hija de 10 años que tuvo a los 15. Exposición del barrio, me gustaría tener una camarita para poder captar este San Vicente que tan legendario me resulta a mí mismo y a muchos otros de La Docta.
Apago el cigarrillo. Estoy descalzo, negro patas chorreadas, y me preparé un nuevo mate en pava nueva también: ya supe devolverle a la vecina la suya, a la siesta, y la agarré, supongo, durmiendo; la cosa es que tardó un poco en atender, y la soñé ligera de ropas, vistiéndose rápido para atender al pesado de enfrente, pero muellemente acostada, antes, sobre la matrimonial.
La vecina no tendrá por ahora un nombre. La vecina es la vecina: aquella con la que comparto cierta complicidad, ante los ojos acontecidos de su pareja. Ladra la perrita en el patio común, la de ellos precisamente, la diminuta, la cariñosa por eso mismo, porque es su única arma ante nosotros, los grandotes, y allá a lo lejos, desde el pasaje, le responde brevemente otro. Por allá vendrá, si viene, Romina, a limpiar de noche (nadar de noche).
No vuelvo, aún, a fumar. Escribo despacioso y me acuerdo de Gabriel Miró, venerado por mí por años. El pastoso, el tremendamente inmóvil, calculo que un básico de la derecha tranquila del franquismo, la lentitud pueblerina de sus prosas me entretenía notablemente. Pensaba que hallaba en su prosa una maestría de la palabra justa, a tiempo, sosegada. Paisajes, humo dormido, personajes quietos, fue una época en la que sólo tenía acceso a libros gallegos clásicos, de un peso, los de los saldos, ésos de lenguaje inaferrable para nosotros. Y, así, se me hizo un léxico muy gárrulo, caramba.
Hace poco leí La colmena, y me volví a topar con todo ese vocabulario gallego, encerrado dentro de sus fronteras por la dictadura, penitente. No está de moda leer a españoles. Somos dos continentes en combate lingüístico, Argentina y España. Y Romina no llega.
Prendo un pucho. Aspiro, exhalo el humo. Escucho un auto (soñemos: una chata de las de antes) pasar por la Agustín Garzón, y lo supongo a Piedra Limada contemplando el partido. ¿Contra quién jugaba Maradona? Ladra la perritita, le contesta a lo lejos otro. Arcane 17, de Breton, es un poco moquero.
Lindo le salió. Curioso el azar que va formando el estilo de un escritor. Qué bueno que una condena, un impedimento, se pueda transformar positivamente en un recurso diferenciador.
ResponderBorrarSaludos Tam!
¿Qué tal, Ojaral?
ResponderBorrar¿Pero cómo se forma un escritor? La teoría de Bloom me seduce, pero está aplicada sólo a los grandes, a los de verdad. Vaya a saber cómo se forma el vocabulario de un escritor. El estilo, más sospecho que se trata de ese ensayo y error que tienen la escritura y la corrección. Cosas más que esto técnico (y muy sencillito) no se me ocurren decir.
Gracias por estar siempre ahí.