17 de agosto de 2007

¡Date cuenta! ¡Date cuenta! Así termina una prima mía cada elocución que realiza, sobre los más variados asuntos. ¡Date cuenta! Puede estar refiriéndose a los años que acaba de cumplir, al precio de un caramelo, o a que se olvidó una pava en el fuego. Y de ese ¡date cuenta! nos reímos, con mi hermana, y lo parodiamos.

Cada quien tiene su estribillo favorito. Hoy por la siesta me dí cuenta de de quién había sacado mi dichoso "¡qué gracioso!", dicho en tono neutro, serio, rellenante. ¿O fue la otra persona la que lo sacó de mí? Ahora pertenece a un acervo acumulado, compartido, y a la vuelta de los años es un poco triste y un poco sosegante darse cuenta de que uno mismo está hecho con retazos de los otros.

Ahora son las siete menos cuarto de un día más, en el que he abusado de la compu y me la he pasado sin un libro. ¿Noé Jitrik? Pero tendría que encontrarlo, cosa que no logro hacer desde hace unos días. Cosas que se pierden de un saque y que se vuelven a encontrar lentamente, con la morosidad del olvido.

Este Blogger subraya cosas, en rojo, para indicar que "no pertenecen al idioma". Incluso a sí mismo se subraya. ¿O es el Firefox? No perderé tiempo aprendiéndolo: me lo dirá la casualidad. Por lo pronto, me doy cuenta de que la vida es un torrente continuo, que no devora, salvo la muerte, sino que nos muta, da otro color a las cosas y a los sentimientos, muchas veces sin vuelta atrás. Lo mejor que tenemos los seres humanos es reconocernos: desde lo que fuimos, y para ser.

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