24 de agosto de 2007

De noche, el cielo iluminado y el aire algo fresco, termino un chat de horas que me pone bien. De todos modos, no termina de convencerme esa manera de hablar dos -o más-, estableciendo una relación que puede estar mediada por kilómetros; podemos no conocer a la otra persona en la vida real -esta forma de expresarse me suena incorrecta- y sin embargo compartir cosas que son más que meras líneas enviadas y recibidas a través de internet. Pero hay algo de separación, de hiato, en estos diálogos, por más que al chat en sí se le hayan ido agregando posteriormente sonido e imagen.

La sensación de leve frustración de después de chatear no se condice con lo sentido durante ese tipo de charlas. Hay algo que no encaja, algo incómodo que hace que nos olvidemos de lo propio del otro; hay algo que queda fuera.

La noche, aun dentro de esta soledad de no tener ahora conmigo a nadie al lado (qué enrevesado decir), es placentera. Termina el chat y miro las nubes leves que se esparcen muy lentamente en vaya a saber qué dirección. El libro terminará de conformar mi rutina de solitario, me olvidaré del mundo internet, y ni siquiera escucharé música, a no ser La orquesta Boabdil, digo, la Orchestra Baobab, que puede que consuma, al tiempo que redacto ociosas páginas de mi Diario, dejando que se escurran las horas -preciosa imagen, no precisa-, haciendo de las horas de la noche mi elemento.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Micrófono abierto a las voces del alma de turno.