9 de agosto de 2007

Una inhumana fuente del yacer me condena a la espera, dolor de los huesitos acostumbrados a no sentir, de la visión de lo impensado que se aleja. No pasa por decir o no decir, sino que, ubicado, y a la fuerza, en el esquema de la desazón, produzco este texto de toda inercia que no quiere ya nombrar, texto de la voluptás de hacerse esquema desacontecido.

Parabrisas del último sueño, dejo canciones que escuché hace tiempo, dejo la forma de dos trenzas, una que parte y otra que se escribe, y pienso sin más en el sonido de esa lapicera naranja, que, probablemente, se irá con el desliz.

Pero no: se me distiende el ánimo, porque, lejana, siento su aroma de paciencia en el trabajo, aunque se me confundan mujeres, que no sus nombres, que son nada. Golpes en la pared del más allá, no todo es sugestión, y apenas si me aboco a recitar la sintaxis, florida la vocal, vocabulario en ciernes de lo que despoja vahídos.

Así, la producción se me atempera, y mi yo de escribidor trasciende sus posibles, olvidado, y tiempos de la prosa marcan frases, y alguna, blanco y negro, se me destaca en ese torno a la derecha. Para no sentirme inmóvil, digo: "quiero".

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