20 de agosto de 2007

"Flauta carnática" es el llamativo, sugerente nombre del instrumento que toca un tal K. S. Gopalakrishnan -si no yerro en la información que manejo-, intérprete de ragas junto a otros músicos (violín, tabla y un instrumento que emite constantemente una única nota a lo largo de cada una de estas extensas composiciones y que no sé cómo se llama), músico del cual grabé un cassette al que vengo escuchando por años.

Lo escucho, ahora, "juntando" dos tecnologías de diversas épocas; yuxtaponiéndolas, más bien: el pasacassette enchufado en la misma zapatilla que alimenta la pecé. Es una música muy agradable, que expresa -no monótonamente: de manera persistente- una misma idea, con innumerables variaciones.

Antes de venirme para acá, estuve al sol, en el parque, en mi sillón preferido, blanco. Si no fuera por la brisa, todavía bastante fría, hubiera disfrutado sin peros de ese rato. De todas maneras, no andaba de remera precisamente. Leía A la sombra de las muchachas en flor, y pensaba en algunas cosas que hace su autor al escribir. Por ejemplo, que el protagonista nunca o pocas veces habla. Que asiste a la conversación de los otros. Que emite sus juicios pero no se los termina de creer o reformular, o bien que no puede mirar indiferentemente a los hombres, los que siguen sorprendiéndolo de las más variadas maneras. También: que comienza señalando algo de otro, se distrae (el narrador: para nunca terminar de explicar) o distrae al lector (el autor: porque tenía una resma nueva) por dos o tres páginas, y retoma, para cerrar, el asunto: de modo sistemático.

No todo pasa por la buena distensión. Ayer pasaban en la tele una de esas películas de Harry Potter. La seguí por un ratito, me dí una explicación probable de lo que sucedería en el resto del film, y me fui a mi pieza, a por Silvina Ocampo. La felicidad idiota que recordaba mi amigo Álvaro de que Cortázar hablaba -no recuerdo haber leído en él esta idea, pero le cabe- ya la hemos empezado a vivir. Hace algunas décadas. En Elogio del amor [por algo], cuando charlan ella y él, los dos saben -lo creen- que la cosa empezó con la tele.

En un libro sobre drogas, hay una foto de una araña a la que le han inyectado LSD. La tela que termina haciendo es graciosa; muy del marote ella, muy perdida. ¿Qué le pasa a la literatura cuando ingresa a internet? Es otro medio -¿como el agua, distinto del aire?; ¿se ahoga?-. ¿Cómo se altera la literatura que prefiere la red? No lo sé, y en eso estoy.

(Otra: le dijeron a un pariente que le estaba mostrando una música hindú a alguien de la India, y éste señaló: "¡pero esta música no es para las tardes!". Así, cada género -quizá: me llegó de oídas la anécdota- tiene una hora, una ceremonia, una ocasión.)

Los que leen cosas como blogs casi siempre van pasando rápidamente de un texto a otro; lo cual es peor que la lectura de los diarios, textos, éstos, que al menos tienen su organicidad como publicación separada.

Cage le decía a una buena señora que ella podía tener todas las grabaciones que quisiera; para ella, todavía no existía la música, no podía darse por enterada de qué se trataba. Tendría que releer esa Conferencia..., que quizá sólo existió cuando el tipo la pronunció, en forma de compases. Sitios en los que se oye música por lo curiosas que son: lugares hastiados, de cultura o no, pero que no pueden sino mentirse sobre el valor de las cosas.

La tabla termina su solo. El tema venía durando una media hora, y ahora acaba de repente.

2 comentarios:

  1. Leo agradecido todo esto, Tamarit, y las ideas se me van volando, como aves, de la cabeza.
    ES fantástico que estés leyendo a Proust. Fantástico el sillón blanco, preferido. Y cuando digo fantástico me refiero a eso: algo que abre en la realidad un germen nuevo, lo difunde, inunda esa realidad de locura y deja su vestigio tras de sí. No sé. ESpero no ramificarme en palabras demasiado, pero tengo muchas ganas de creer que sos un escritor grandioso. Aunque, no me hagas caso, desde luego. Sólo quería decirte que tus textos encontraron un lector. Ese lector soy yo. Me llamo Kuy.


    (UNa pregunta, aparte. Has leído a Antonio Di Benedetto? Hay un libro de él llamado El Silenciero. En tu prosa encuentro ecos de ese libro, no sé por qué. Conseguilo, si podés. Un abrazo.)

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  2. ¡Pedro! ¡Qué bueno que mi prosita haya conseguido esos resultados, al menos en vos! Me alienta a seguir en esto.

    De Di Benedetto leí "Zama" y "Los suicidas", que me fascinaron, aunque hace tiempo -estaría bueno releer algo, o conseguir el que vos decís-.

    Vi que te animaste al verso blanco. Ese poema me gustó. De releerlo, comento algo en tu blog.

    Un abrazo.

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Micrófono abierto a las voces del alma de turno.