6 de agosto de 2007

Sin cigarrillos, con poca plata, con una conexión a internet a mi disposición -pero no me puedo quedar aquí por mucho tiempo-, escucho las palabras y la música de una telenovela a mis espaldas. El calefón se enciende por alguien que se baña, y el mate se lava lentamente.

Pondría un poco de música. La casa en la que estoy no tiene nada demasiado interesante: la música nacional, y apenas libros. Encima, la compactera del equipo es quíntuple y aparatosa, por lo que, en el desorden de los discos y sus cajitas, buscar algo que quizás esté puesto o quizás esté en la cajita menos impensada, hace que ponga lo que primero encuentre. Pongamos Euforia, para ver cómo Fito Páez miente sobre el tema.

Botellas de cerveza y fernet (también había gancia). Por aquí pasó una fiesta. Dormí hasta las quichicientas, en una cama desde donde se oía el televisor y la pelea de turno de alguna película mala (por suerte no se pusieron a coger los anfitriones). En el cálculo de los tiempos del párrafo, me doy cuenta de que falta decir algo, por lo que sigo escribiendo. Pero nada que sea llamativo (a mi conciencia, no como simple "efecto", que no existe, hacia el lector) surge. Sólo las ganas de no decir nada.

Sin cigarrillos: eso es el dolor para el fumador que recién despierta. Descansado, como ya dije, viviendo un puro presente divertido, me recomiendan Alamut, de un autor cuyo nombre ya no recuerdo. Lástima que esté en inglés (la traducción). Lástima que incluso ese ejemplar esté más allá del océano.

Mi prima, recién bañada, luce su remerita negra que estrena. Once y seis con otra instrumentación; quizá más lenta, quizá más cierta. El Libro de los Adioses todavía no fue escrito.

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Micrófono abierto a las voces del alma de turno.