9 de julio de 2008

Agustín Garzón, entre Bernardo de Irigoyen y Carlos Tejedor

Dos bananas al hilo: leve dolor de panza o presión en el vientre, y escribir. No es la mejor forma de hacer la digestión, sentado. El pucho, para la fruta, además, no ayuda tanto; es para el asado que es bueno. Pieza/pocilga, me alumbra ahora la luz de la cocina: acá, en el comedor, la luz no funciona de hace meses. Eruto -según el DRAE, mejor es "eructar" que "erutar"-, y pienso en algún disco, que no pondré. Miércoles como domingo, todo está muerto, y no hay dónde comprar cigarrillos. Además, no tengo guita: la que me quedaba la invertí en un par de sándwiches, porque no tengo ganas de cocinar -ni de bañarme-.

Estuve leyendo estos días una pequeña antología de Cernuda. No vale la pena comentar nada, pero me sentí mucho menos solo. Pero no es que nos acompañe un libro: cuando está bueno, asistimos a él. Lógico: el libro vale más que nosotros. Para los lectores, para quienes saben que hay ahí algo mejor que el vago ruido de los días. Porque todo está completo, bien seleccionado, en los poemas.

Me tiemblan ligeramente las manos. El Lithiun, o el Olane, o el Valnar XR, o el Clopixol. O todos juntos, interactuando. La consecuencia no deseada. Pero es mejor así: no me hago problema por que se me caotice el lenguaje -a la hora de escribir, digo-, porque aparte salen cosas lindas -ese es mi gusto-; sino la vida, la mirada, la relación. Este leve temblor en las manos me da cierta pátina de viejo, que no se condice con mis pocas canas, con mi sonrisa fácil, estentórea. Vale la pena tolerarlo, vale la pena no andar herido.

Prendo un pucho. Nada de música, entonces. Sombra en el comedor, el monitor insomne, al frente, y ya pasó el dolorcito de panza; y tengo verduras, aquí, como para salir de las pastas de siempre. No es un mal lugar, la verdulería: cajones inclinados, paredes apenas húmedas, y el gordo que te atiende, que se lo come todo, cuyo hijo, también obeso, ama la sopa materna.

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