26 de julio de 2008

The Tandooris y una fan

La chica bailaba a los saltitos frenéticos, entrecerrando los ojos y sonriendo suavemente. Pelo corto, petisa, lucía un cárdigan como que azul grisáceo, y agitaba mucho la cabecita. Era la que más se destacaba, anoche, a mis ojos.

Habíamos ido con un amigo a escuchar a unos tal The Tandooris, y, si bien el concierto habrá durado 40 minutos, mi amigo se las picó a los 10. El grupo, que hacía algo así como música surf, no estaba mal. Tenían un tempo ondulante, a veces bajaban casi imperceptiblemente el pulso después de la estrofa o del estribillo; al rato recuperaban al menos parte de la velocidad inicial. El sonido de las dos guitarras y el bajo era como una plastilina hedionda o varios chicles apelmazados y mascados al mismo tiempo de hacía horas.

La piba bailaba frenética, entrecerrando los ojos, jovencita. Corte garçon y cárdigan. Música en vivo.

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Micrófono abierto a las voces del alma de turno.