9 de marzo de 2008

Idilio y convertible

Puro Hinojosa, Duero, la Marina Vergante seguía sopapeando sin compasión a choznos de su redil. Arracimados mal contra el aljibe, allí escupían por juntar burbujas. Hora de la novela, el Ángel se extasiaba, cantimplora, con todos esos desmanes, improperios, perdones: evanescentes, claro. La noche, fiebre.

La Marina, manga de sartenes, cosía y repasaba cualquier lienzo. Mearon pronto, se acurrucaron sin temor, se abrazaban. Día primero.

Aunque el paisaje desmadrara, el Ángel tomó el tren de las no pasar, saludaba. De pronto, vio Brazil. El mozo mondaba a la maja. Quitapenas del sentido, estorbo/espejo, el Ángel vomitó: pesada libra a la que se hubo arrimado. La galería no le concedía audiencia, pero le latió que mañana moriría.

Descuajeringado, entonces, se arrastró por patíbulos de ubicua. Pudiera playas de estaño, el bronce. Llegó la Marina, también él fue sopapeado, "callarás, ¡y olé!". Segundo día.

Y luego descansaron. Apenas respiraba, teucro. El baño fue desgaste.

Fue de ese modo que fundaron la semana en tríada. Hoy bien que se arrepienten, los paupérrimos.

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